La política mexicana debe hacer un ajuste de cuentas con la verdad, y la verdad es que Movimiento Ciudadano (MC) ha asesinado su propia credibilidad. Seamos claros: la promesa de la “Nueva Política” y el discurso fresco que vendieron a millones de ciudadanos eran una estafa monumental. La prueba definitiva de este fraude ocurrió con la votación para imponer a la Fiscal General de la República (FGR). En ese momento, MC se quitó la máscara de oposición y se reveló como el cómplice necesario de las ambiciones de Morena.
No se trata de un voto aislado; es la culminación de un proceso de rendición. El partido naranja no solo facilitó que el oficialismo instalara una Fiscal incondicional, sino que garantizó el blindaje absoluto contra toda investigación. Al actuar de esta manera, MC se puso del lado de los corruptos y de la impunidad. La bancada naranja es ahora el martillo ejecutor del pacto de silencio de Morena, asegurando que los escándalos de desfalco y las acusaciones de narcogobierno queden enterrados bajo el manto protector de la FGR.
¿Cuál es el precio de esta traición? La respuesta es simple: la anulación de la esperanza. MC se vendió por una miseria política, destruyendo la posibilidad de un contrapeso real en el Congreso. El partido que se jactaba de ser diferente ha demostrado ser peor que la vieja guardia, pues usó una bandera ética para ejecutar un acto de deslealtad suprema contra la ciudadanía. Su posición es insostenible y su nombre debe ser sinónimo de decepción.
La oposición de Movimiento Ciudadano es una burla histórica. El voto a favor de la Fiscal es el epitafio de su proyecto. El país está ante el fin de la farsa naranja, un partido que eligió la complicidad deshonrosa sobre la dignidad política. Que quede claro: MC no es víctima, es responsable directo de la cooptación de la justicia en México.